Con sede en Monterrey, México, el nuestro es el Club independiente de excursionismo en activo más antiguo en el Noreste del País. Sean bienvenidos a conocer algo de nuestra larga historia. Por Eduardo Verduzco El Club Explorador Cóndor fue fundado el 10 de Mayo de 1940 a iniciativa de Rogelio Rodríguez. Él empezó a reunir el grupo, e hizo el primer reglamento de excursiones. La fundación tuvo lugar en la casa paterna de la familia Rodríguez, en la calle Yucatán, entre 5 de Febrero y 2 de Abril, en la Colonia Independencia. Se estableció una disciplina de corte paramilitar, y se instituyó el cargo de "Capitán", quien tiene la total autoridad y responsabilidad de la seguridad del grupo durante una excursión. Corrían los tiempos de la Segunda Guerra europea, que pronto se convertiría en mundial, y Rogelio tenía la noción de que en alguna forma el nuevo club tendría ocasión de prestar servicios útiles a la Patria. Las ideas que Rogelio, que conta...
Exc. 0945/7 - 1a Fuerza - 8 y 9 de septiembre de 1945
Excursión a la “Cuneta” del Cerro de la Silla
Domingo Sept. 9 de 1945
Actividades de la patrulla capitaneada por Chito (Salvador) Valadez
Al llegar a la parte desprovista de bosques del cañón del cerro esta patrulla continuó el ascenso con dirección a la “Cuneta” que es donde finaliza el cañón, mientras que la Patrulla #3 al mando del Cap. Salvador Castañeda tomó otro rumbo para escalar, (en caso de que fuera posible), el Pico Sur del Cerro de la Silla.
Componían la patrulla al mando de Chito (Salvador) Valadez: Camilo Gutiérrez que fungió como Guía, Daniel Medina (Retaguardia), “Rafaelillo” Castañeda, el Aspirante Antonio Martínez, dos acompañantes (cuyos nombres no recuerdo), Ernesto García y éste servidor (Felipe Ayala).
Con no pocas dificultades llegamos bastante maltrechos a nuestro objetivo guareciéndonos por escasos minutos en un hueco al pie del Pico Sur, bastante incómodo, donde nos despojamos de nuestras mochilas. Serían como temprano alrededor de las 10 horas.
Cuando notamos movimiento en el Pico Norte, siguiendo las instrucciones de nuestro Capitán nos distribuimos en la siguiente forma: el Capitán y los dos acompañantes que espontáneamente se ofrecieron a cooperar se encaminaron hacia el pie del Pico Norte para que de allí, por medio de banderas, dirigieran los trabajos tanto de la cúspide como del pie del Pico Sur; Camilo y Ernesto de la misma manera desde el lado sur para observar todo lo que ocurría en el pico opuesto: Antonio y yo en el centro de la cunea para ver el lanzamiento del alambre del Pico Norte, observar su trayectoria a fin de localizarlo y cogerlo.
Después de una desesperante espera en medio de un sol abrasador, llegaron por fin, sabrá Dios cómo, Rogelio y Leonel a la parte más incómoda y peligrosa del barranco sur y los del Pico Norte iniciaron el lanzamiento del alambre. Exponiendo el pellejo hicieron muchos intentos y de muchas maneras, pero sin resultado. El viento continuó fuerte, las numerosas salientes del precipicio y los espinos dificultaban la tarea.
Dieron la una de la tarde. En vista de que no se progresaba y el sol, el hambre y la sed se hacían insoportables, el Capitán ordenó a comer, creyendo tal vez que las demás patrullas estaban haciendo lo mismo. Me comisionó para preparar algo de comer y entre mi ayudante Ernesto y yo improvisamos, con las pocas laterías y pan que teníamos unos pobres emparedados que engullimos con el mayor de los apetitos en aquel incómodo y polvoso lugar en pronunciado declive. Sólo Camilo y Antonio se quedaron sin comer pues fueron a buscar el alambre que fue lanzado otra vez, pero les guardamos su ración.
En esto cayó cerca de la boca de nuestra cuevita el cordel lanzado por Rogelio. Acto seguido nos dispusimos entre todos a tenderlo hasta el barranco norte de la cuneta, tarea bastante ardua, por la distancia tan larga que había que caminar bajo un sol enloquecedor y por lo enmarañado del terreno. Y para aumentar nuestras decepciones el cordel se atoró en una hendidura de aquel inaccesible barranco del lado sur.
Dieron las 3, dieron las 4 y nada se progresaba. Y para colmo de males las nubes impedían la visibilidad de las banderas señaleras y a puros gritos hubo que continuar los trabajos en general. Se me ponía la carne de gallina al ver a Rogelio y Leonel chiquititos agazapados en una incómoda y reducidísima saliente en lo más alto de aquel horrible barranco. ¡Y ser ellos los encargados de estirar y afianzar el dichoso alambre acerado en un espacio que apenas moverse podían! Dudaba de que siquiera pudieran izar la punta y que el cordel resistiera aquel peso enorme del alambre aumentado con el empuje del viento!
La sed nos torturaba la garganta y nuestra desesperación y desaliento se hizo total al enterarnos de que no quedaba una sola gota de agua en las cantimploras.
Por fin se nos unieron los de la otra patrulla (No. 3) que no lograron escalar el Pico Sur, todos maltrechos, hambreados y sedientos. Lo que temíamos sucedió: el dichoso alambre se hizo madejas a considerable altura, atorándose entre las rocas y lechuguillas. Ángel, Jesús, el Capitán mayor y Camilo, se lastimaron de lo lindo para desatorar las madejas del alambre, subiendo como gatos teniendo que pisar y agarrarse de las espinas. Serían como las 5 y media de la tarde cuando asistidos por los de mi patrulla lograron bajarlo y se llevó bastante tiempo en desenmarañarlo y extenderlo.
Es de lamentarse el no haberse tomado siguiera una mala foto, No era cosa de juego andar dos cuadras en medio de aquel solazo infernal echando maromas en un marañoso terreno. Para captar una escena gráfica más o menos aceptable se requiere mucha paciencia, mucho cálculo y buen gusto en escoger ángulos y fondos, pero en ese infierno ¡imposible!
Mi único trabajo fue sostener el cordel con el que se izaría el alambre. Hacía horas que me había atacado una jaqueca terrible y como mi comisión ya estaba cumplida y sintiéndome muy malo me fui al campamento.
Chito, mi Capitán, andaba muy malo de sus pies y con permiso del Capitán Mayor optó por retirarse organizando una patrulla formada por Ángel que estaba bastante golpeado, uno de los acompañantes y yo. Los demás se quedaron. No supe lo que pasó después, pero sí noté, cuando partimos cerro abajo, que el alambre ya estaba siendo izado.
Ya casi había oscurecido cuando bajamos del cerro. Habiéndome quedado a la zaga de mi grupo estuve a punto de ser mordido por una víbora chilladora. En esto me alcanzó otra patrulla. Ya en plena oscuridad llegamos al escondite. Por falta de lámparas no fue posible hallar las mochilas. Yo no intervine en la búsqueda, no tanto por el cansancio sino por la jaqueca que me partía la cabeza. Llegamos por fin a Los Remates y una vez saciada la sed, la mayoría de los compañeros se retiraron a la ciudad. Sólo nos quedamos Antonio, uno de los visitantes, Rafaelillo y yo, a aguardar a la última patrulla que de seguro ya iba para entonces bajando del cerro en plena oscuridad y sin lámparas.
Al filo de la media noche llegó la patrulla faltante al campamento, integrada por Rogelio, Jesús, Salvador Castañeda, Ernesto y Leonel. Venían tan fatigados y tan maltratados que se acostaron a raiz del suelo. Al saber que no se habían encontrado las mochilas Rogelio optó por ir en su busca, acompañándolo Antonio, Rafaelillo y yo, mientras Jesús y Ernesto fueron hasta la Punta de la Loma a conseguir pan que no encontraron. Regresamos con las mochilas y Antonio se encaminó a pie hasta Monterrey a media noche. Sólo Rogelio y Leonel comieron lo poco que había en las mochilas: pan magullado con mermelada que Rafaelillo y yo mal preparamos a la ya débil luz de mi lámpara.
A la mañana siguiente amanecimos desbordantes de alegría. Mientras los compañeros hacían café fuimos Leonel y yo a comprar un poco de pan con el que desayunamos a medias. Cabe decir que una buena señora campesina nos proporcionó almuerzo, comida y cena con gorditas de harina a un precio irrisorio. Sus guisos fueron sencillos pero sabrosísimos. Aunque era lunes preferimos no trabajar y gozar de todas las delicias de un paseo campestre a orillas de un arroyo cristalino. A poco llegó uno de los acompañantes. Dejó de trabajar para venir a buscar su mochila. Fuimos él y yo con ese objeto pero nos perdimos. Hicimos otra caminata teniendo de Guía a Ernesto. Abriendo brechas entre los matorrales dimos con una cobija que faltaba. La del Compañero no se encontró. Tal vez algún Compañero la confundió con la suya.
Después del medio día Leonel se retiró. El resto de la tarde la pasé durmiendo mientras mis compañeros cantaban y se bañaban. Por fin en la noche levantamos el campamento y muy a tiempo alcanzamos el camión que nos condujo a Monterrey.
Así terminó la excursión al Cerro de la Silla. Es de lamentar el fracaso, pero al menos nos queda el orgullo de ser originales, decididos, valientes y abnegados. Afrontando mil penalidades se vió claramente un marcado espíritu de compañerismo y cooperación pues todos, sin excepción estuvieron a la altura de su deber cumpliendo fielmente las comisiones encomendadas. Aunque los resultados fueron a medias y poco satisfactorios, se hizo lo que se pudo, pero conste que nuestra empresa era propia de titanes.
(Esta reseña no está firmada, pero de la lectura de las reseñas redactadas por Salvador Castañeda y por Salvador Valdez, se deduce que su autor es Felipe Ayala Garza, Fundador del Club Cóndor)
De las tres reseñas que se elaboraron en las excursiones del 8 y 9 de septiembre para tender el alambre, ésta, redactada por Felipe Ayala Garza es la más detallada y más dramática al relatar las enormes dificultades que tuvieron que afrontar quienes emprendieron esta titánica tarea. También resulta muy significativo el comentario de que el objetivo de la Patrulla No. 3 era escalar el Pico Sur “en caso de que fuera posible”, lo cual nos indica que había incertidumbre a este respecto.
Lo anterior nos da una idea del carácter aventurero y emprendedor de nuestros antecesores en el Cóndor, y en particular de Rogelio Rodríguez Alvarez, su Padre intelectual y autor también de este proyecto.
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