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El Cóndor ayer

Con sede en Monterrey, México, el nuestro es el Club independiente de excursionismo en activo más antiguo en el Noreste del País. Sean bienvenidos a conocer algo de nuestra larga historia. Por Eduardo Verduzco El Club Explorador Cóndor fue fundado el 10 de Mayo de 1940 a iniciativa de Rogelio Rodríguez. Él empezó a reunir el grupo, e hizo el primer reglamento de excursiones. La fundación tuvo lugar en la casa paterna de la familia Rodríguez, en la calle Yucatán, entre 5 de Febrero y 2 de Abril, en la Colonia Independencia. Se estableció una disciplina de corte paramilitar, y se instituyó el cargo de "Capitán", quien tiene la total autoridad y responsabilidad de la seguridad del grupo durante una excursión. Corrían los tiempos de la Segunda Guerra europea, que pronto se convertiría en mundial, y Rogelio tenía la noción de que en alguna forma el nuevo club tendría ocasión de prestar servicios útiles a la Patria. Las ideas que Rogelio, que conta...

El cañón detrás de "La Eme"



Recuerdo que en 1969 participé en una excursión del Cóndor en la cual subimos, a iniciativa de Toño Castillo, desde las Minas de San Pedro y San Pablo por una vereda que nos condujo a la añeja Mina de la Crisólita, a la cual no entramos porque no traíamos lámpara, pero continuamos subiendo por la misma vereda hasta llegar a la cresta de la sierra. Había allí unas ruinas de los muros de piedra de una antigua cabaña, presuntamente de los mineros de la mina cercana, y en una piedra cerca del piso, vimos grabada la fecha "1909".





Al asomarnos al otro lado de la cresta vimos un puerto un poco más abajo, y una vereda que descendía desde el lugar donde nos encontrábamos, la cual seguimos y llegamos hasta el puerto que habíamos visto. El puerto era un pequeño claro en medio de un bosque. Por alguna razón desconocida había allí cientos o miles de mariposas, lo que dio  origen al nombre "Puerto de las Mariposas" para designar aquel lugar cuyo nombre, si acaso lo tenía, nos era desconocido.

Aquel hallazgo inesperado nos motivó a explorar en fecha futura el cañón que parte desde el Puerto de las Mariposas hacia el poniente, para salir a La Huasteca, lo cual hicimos pocas semanas después. Salimos un sábado en la tarde "con todo y chivas", como era la costumbre, subimos a la cresta de la Crisólita y descendimos al Puerto de las Mariposas como a las 17:30 horas. Descendimos un poco del puerto para adelantar camino, con tan buena suerte que a poco andar encontramos un pequeño manantial y acampamos en ese lugar a la  intemperie,  como se acostumbraba en aquella época en que las carpas eran de lona muy pesada.



Al día siguiente después del desayuno empezamos a descender por el cañón donde nos encontrábamos rumbo a La Huasteca, en lo que supusimos sería una excursión rápida, pero no fue así. No había una vereda franca, pero en un principio resultaba relativamente fácil descender por entre el bosque. Después de caminar un buen trecho el bosque cedió el lugar a vegetación tipo matorral con lechuguillas y nopales, y entonces el andar se volvió más difícil y lento. Aquí ya no había vereda alguna y había que sortear los obstáculos que encontrábamos. Después de muchas horas logramos llegar al lecho seco del arroyo en el cañón principal o sur (ya que el Cañón de Ballesteros, como ahora sé que se llama, está dividido longitudinalmente en dos sub-cañones, siendo el del lado sur el más ancho y fácil de recorrer) un poco al poniente del lugar que ahora conocemos como El Nogalito.

Desde allí caminamos varias horas más para llegar como a las 17:00 del domingo a La Huasteca, para luego continuar caminando hasta Santa Catarina para tomar el camión. Veníamos todos muy cansados y adoloridos de las plantas de los pies, especialmente un invitado de Jorge Verduzco llamado Mario Leal, quien dijo que en vez de pies sólo le quedaban "los puros morritos", y le pidió a Jorge: "cuando hagan otra excursión, por favor no me inviten".



Ese fue mi primer recorrido del Cañón de Ballesteros, llamado también en algunos mapas "Cañón de la Mielera". Fue un cúmulo de experiencias porque ninguno de los participantes, ni aún el muy experimentado Chuy Montenegro, conocía aquella ruta, y cuando empezamos a enfrentar dificultad para avanzar se apoderó de mí cierta incertidumbre de si podríamos completar la excursión durante ese domingo. Pero también porque no vimos una alma desde que salimos de San Pedro y San Pablo hasta llegar a La Huastaca, a quien pudiéramos preguntar acerca de la ruta.

II

Algún tiempo después participé con el Cóndor en una confraternidad que consistía en caminar desde El Diente hasta La Huasteca pasando por Las Huertas. No recuerdo pormenores, sólo que fue más sencilla que la anterior, porque por lo menos había una vereda por dónde caminar.

Luego participé con el Cóndor en mi primer "Recorrido Huasteca-Diente" con la racita brava del Club, con Fernando Pérez Lara como Guía y unos 20 años después la repetí también con Fernando como Guía en 1998. Recuerdo que nos agarró un tremendo aguacero el sábado por la tarde y noche, que se nos mojaron las lámparas y ya no encendieron, y pasamos una noche muy incómoda bajo unas rocas porque en la oscuridad no pudimos encontrar la cabaña del El Nogalito para guarecernos de la lluvia. Al amanecer vimos que nos encontrábamos a escasos 50 metros de ella. 



III
Finalmente, recuerdo muy bien que mi último recorrido Huasteca-Diente lo efectué también con el Cóndor en septiembre de 2005, teniendo como Guía nuevamente a Fernando Pérez Lara, con la participación de Julio César Hernández, Alfonso López Castro, José Luis Gras y un servidor, Eduardo Verduzco. Desde que empezamos a caminar empecé a examinar las cumbres de la sierra a nuestra izquierda, es decir hacia el norte, para identificar lugares familiares para nosotros, como el Pico 50, el Pico Montenegro, el Nido del Cóndor, La Eme, Las Antenas, La Ventana, etc. No resulta fácil identificar las cumbres conocidas porque desde el otro lado de la sierra su aspecto es diferente.

Experimenta también el excursionista una sensación curiosa, de encontrarse a escasos kilómetros de la ciudad, pero estando la Sierra de por medio, es como si estuviéramos a una gran distancia de ella. No vimos a nadie desde que salimos de La Huasteca hasta llegar al Diente. Era como si nos encontráramos al inicio de la creación y fuésemos los únicos seres humanos, al menos en Nuevo León. Es una sensación de "solo contra el mundo".

Al principio el cañón es semiárido, pero sube paulatinamente y a partir del Nogalito empieza a haber algunos aguajes y hasta un arroyito cristalino encontramos. Subimos por el sub-cañón de Ballesteros sur hasta el Puerto de las Huertas (contiguo al Puerto de las Mariposas, del que lo separa sólo una pequeña sierra), donde acampamos por ser el lugar más adecuado que encontramos para instalar las carpas. Allí nos llamó la atención la gran profusión de rosales silvestres en plena floración, como nunca antes habíamos visto. Por la mañana bajamos hacia lo que queda de Las Huertas, que solía ser un paraje muy bello pero ahora el bosque lo ha invadido. En este tramo vimos en el lodo del fondo de dos cañadas, dos huellas muy recientes de diferentes osos, indicación inequívoca de que estos solitarios parajes son un habitat de fauna salvaje que ni sospechamos que esté tan cerca nuestro.



Desde Las Huertas continuamos descendiendo hasta El Diente, y desde allí caminamos cinco kilómetros más para llegar a El Puerto. Habíamos logrado caminar desde la Huasteca hasta la Carretera Nacional subiendo y bajando la sierra, cargando la pesada mochila, soportando el calor, el frío y la sed, batallando para encontrar la vereda después de que un incendio provocó la caída de muchos árboles cuyos troncos estorban el paso y nuevos árboles y arbustos han surgido haciendo desaparecer la vereda por falta de uso, de varios lugares en que deslaves de tierra han borrado la vereda y hay que improvisar la ruta, en fin, fue toda una odisea de la que gracias a Dios salimos triunfantes.

Fue una excursión pesada, pero a todos nos dejó una gran satisfacción. Espero que las autoridades no nieguen a mis nietos la oportunidad de realizarla en condiciones semejantes, para que fortalezcan con ello su espíritu y carácter y se hagan verdaderamente concientes de que la naturaleza es muy diferente a la ciudad. Es otro mundo.

Por Eduardo Verduzco

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