Con sede en Monterrey, México, el nuestro es el Club independiente de excursionismo en activo más antiguo en el Noreste del País. Sean bienvenidos a conocer algo de nuestra larga historia. Por Eduardo Verduzco El Club Explorador Cóndor fue fundado el 10 de Mayo de 1940 a iniciativa de Rogelio Rodríguez. Él empezó a reunir el grupo, e hizo el primer reglamento de excursiones. La fundación tuvo lugar en la casa paterna de la familia Rodríguez, en la calle Yucatán, entre 5 de Febrero y 2 de Abril, en la Colonia Independencia. Se estableció una disciplina de corte paramilitar, y se instituyó el cargo de "Capitán", quien tiene la total autoridad y responsabilidad de la seguridad del grupo durante una excursión. Corrían los tiempos de la Segunda Guerra europea, que pronto se convertiría en mundial, y Rogelio tenía la noción de que en alguna forma el nuevo club tendría ocasión de prestar servicios útiles a la Patria. Las ideas que Rogelio, que conta...
Exc. 2011/72 - 1a Fuerza - 28 de Diciembre de 2011
La aventura comenzó puntual a las 6:30 am cuando Héctor y Luis llegaron por mí a la casa para ir a dejar mi coche en La Huasteca. En el camino íbamos presenciando un espectacular amanecer, de esos que solo ocurren aquí en Monterrey: una extensa capa de nubes altocúmulos (los borreguitos) comenzaron a teñirse de color naranja por encima de la silueta del Cerro de La Silla que hacía el contraste negro, un despertar como pocos en el año. Tuvimos la suerte de apreciar aquellos pocos minutos que duró esa bella postal mientras nos dirigíamos a la Huasteca, donde dejaríamos el coche para poder salir en la noche de ahí sin problemas.
Acto seguido nos dirigimos hacia Chipinque, donde inicialmente el plan era dejar el coche de Héctor fuera de la caseta y subir a la meseta por las veredas, pero llegando a la entrada, Héctor no titubeó en cambiar de opinión y subir hasta la meseta en coche. No hubo objeción alguna y horas después reconoceríamos que había sido una decisión acertada, ya que de no haberlo hecho, el recorrido se habría extendido por lo menos dos horas más (con todo el cansancio y desgaste correspondientes).
Mostramos los permisos requeridos, amablemente nos permitieron la entrada y comenzamos a subir a buen paso, pero al cabo de pocos minutos Luis comenzaba a rezagarse producto de no haber estado en actividad por varias semanas. Incluso al comenzar nos “presumió” que no le cerraba el pantalón debido al crecimiento de su cintura. Héctor y yo íbamos a buen paso, platicando algunas excursiones muy interesantes que él planeaba realizar con el club el año entrante. Cruzamos varias desviaciones (hacia la M, hacia las Antenas, hacia varios lados) y después de pocas horas, por fin llegamos a “La Ventana”.
El lugar es impresionante, es una “muesca” en la cresta muy particular, fue muy agradable estar ahí. Tomamos varias fotos e hicimos el tradicional saludo al Banderín. Pareciera broma pero estuvimos ahí poco más de una hora sin apenas percatarnos de ello. ¡La Huasteca desde ahí se veía tan, pero tan cerca! ¡Parecía que estirábamos la mano y ya con eso tocábamos aquel lugar! Se mostraba tan sencillo el recorrido que teníamos por delante, que era evidente solo “bajar -por ahí- para llegar al cañón, caminar todo derecho y listo! Ya llegamos!”. Minutos más tarde nos tragaríamos ese pensamiento y comenzaríamos a probar “de qué estábamos hechos”.
Iniciamos la bajada con mucho cuidado, no había vereda alguna y la flora era mayormente arbustos secos, quebradizos y… con espinas. Bajamos y bajamos y llegó un momento en donde nos sorprendía no ver ya cerca el inminente precipicio, por lo que hicimos una pausa para hacer el reconocimiento de la zona. Yo dejé la mochila y descendí un poco más en busca de algunas rocas grandes que sobresalían de los arbustos para claramente apreciar el panorama. Descendí hasta tener ya peligrosamente el precipicio a pocos metros de mí y solo ahí pude ver la canaleta o “chimenea” que había que encontrar para poder bajar. En general el camino era fácil de seguir, solo teníamos primero que entroncar a la chimenea y después ya solo era interceptar el cañón de bajada, ¡evitando los riscos y voladeros, claro está! Tardamos en llegar a la chimenea, alcanzarla no fue tan sencillo, había que caminar horizontalmente y por más que lo hacíamos, no encontrábamos un punto donde pudiéramos caer dentro de ella en una desescalada segura. Además, nopales con sus espinas afiladas colocados estratégicamente en los pasos entre la pared y el vacío nos complicaban la existencia, teniendo que buscar una vía alterna para rodear dichas “trampas mortales”. En uno de ellos, fue imposible dar marcha atrás para evitar un enorme nopal y sortear aquel obstáculo, saqué la navaja y me dispuse a cortarlo poco a poco.
La desesperación comenzaba a apoderarse de nosotros, ya había pasado mucho tiempo y aun estábamos muy arriba sin poder dar con la “bendita canaleta”, y ahí estábamos cortando con una navaja una planta pedazo por pedazo para poder continuar. Tomé un nopal, conté hasta tres y lo arrojé al vacío, Luis no dudó en tomar una foto al instante y reímos mucho con el resultado obtenido: graciosamente parecía un platillo volador! Tonterías como esa nos ayudaron a levantar el ánimo y a recobrar la alegría. Minutos más tarde Héctor descendió y encontró primero la canaleta, Luis y yo tardamos un poco más en hallarla pero ya ahí, vimos una marca, un viejo listón amarillo en una rama que nos hizo recuperar la esperanza de que sí estábamos en el camino correcto, pues la bajada, con una inclinación algo pronunciada, estaba completamente cerrada por la maleza, las ramas, los arbustos, las espinas y sobre todo, las enredaderas! Esas pequeñas ramas duras como cables que nos hacían sentirnos como Tarzán. Y vaya que eran engañosas! Si intentábamos romperlas para liberarnos, resistían como nadie y si nos agarrábamos de ellas, se rompían al primer esfuerzo! Fue una bajada muy intensa que poco antes de terminar, Luis (que iba arriba de nosotros) le añadió un peculiar y memorable toque de adrenalina, ya que sin querer desprendió una enorme roca de algunos cientos de kilos y después de gritar “!piedra! ¡piedra!”, nos hizo sentir a Héctor y a mí como Indiana Jones en “Los Cazadores del Arca Perdida”.
Llegamos por fin sanos y salvos al final de esa chimenea el cual era un punto muy interesante en donde podíamos asomarnos hacia lo que quedaba del precipicio, que ya no era mucho y sin embargo era como un balcón, como asomarse por la ventana de un edificio de unos 100 pisos, desde donde era posible ver el impresionante paredón de roca lisa. Desde ahí caminamos nuevamente en forma horizontal a través de toda la maleza para evitar las grandes depresiones y llegamos a un árbol alto, mismo al que tuve que subirme para nuevamente hacer un reconocimiento de la zona. Desde ahí ya era claro el camino, se apreciaba claramente un chorreadero que nos llevaría hacia uno de los tantos pequeños cañones que se juntaban más abajo. Le imprimimos velocidad al paso, voluntaria e involuntariamente también por los resbalones y después de algunos minutos encontramos otra marca, otro listón amarillo que hizo a Héctor comenzar a preguntarse en dónde estaba la bajada donde estaba colocado el cable.
Continuamos cañón abajo y llegamos a un primer “salto”, una caída como de unos 4 metros que decidimos enfrentar bajando con ayuda de la cuerda y no buscando darle la vuelta entre los arbustos y espinas, que para entonces ya estábamos hartos de ellos. Afianzamos la cuerda a un árbol firme y descendimos con mucho cuidado, aunque nos costó algo de trabajo hacerlo “a puro brazo”, pues no llevábamos arnés y ocho. Ahí en ese punto decidimos hacer el descanso para comer, pues pensamos que ya no habría complicación posterior y que “la bajada del cable seguramente con las lluvias habría desaparecido”. Permanecimos ahí poco más de una hora y dispuestos a darle velocidad al paso para salir de ahí, fuimos frenados pocos metros adelante por un segundo salto, más alto que el anterior pero liso, sin oquedades, sencillo de descender. Sin perder tiempo nuevamente preparamos la cuerda y descendimos deslizándonos por la pared. Héctor se adelantó para anticipar la necesidad de utilizar una vez más la cuerda, Luis y yo la recuperamos y continuamos. Todo hasta el momento había transcurrido de forma normal, nos encontrábamos ya un poco cansados pero en general nuestro estado de ánimo era muy bueno.
Bajamos a prisa y Héctor seguía con la incógnita de qué habría pasado con aquel punto en donde estaba colocado el cable para descender; a los pocos minutos, ya cuando se veía la pared erosionada que indicaba el final del cañón de descenso y el entronque hacia el gran rio de piedras, casi habíamos cantado victoria y de pronto, ¡ahí estaba! Peligrosamente una caída de más de 10 metros de altura, el cable ahí presente, comenzamos todos a sentir el vértigo y la adrenalina desde que lo vimos. Inspeccionamos el cable y advertimos que dos “escalones” estaban ya a punto de ceder, uno de ellos completamente torcido que sería difícil conseguir introducir el pie para apoyarse en él. Sabiendo esto, fui yo el primero en descender, requiriendo mucha paciencia, mucha concentración y toda la fuerza de mis brazos para lograr colgarme del cable sin temor a caer al vacío. Fue algo complicado, por segundos comencé a entrar en desesperación de no poder meter el pie en el nudo formado en el cable y aquella fue una verdadera prueba de paciencia y concentración. Finalmente gracias a Dios lo logré, pues era lograrlo o, inevitablemente caer. Héctor fue el segundo en descender y Luis el último en hacerlo. Todos bajamos de varios colores, rojos del esfuerzo, blancos del susto, verdes de ver por donde lo habíamos hecho. Tomamos un merecido descanso y analizamos lo que había sucedido, fue un riesgo controlado que los tres supimos manejar bien, aunque quedó de tarea ir a reparar ese cable o en su defecto, bajar por aquel lugar con el equipo completo de descenso.
Después de eso, a los pocos minutos entroncamos al gran rio de piedras, suspiramos y nos sentíamos ya fuera de aquel lugar. Ya solo era caminar hasta la Huasteca, se escuchaba fácil y no aparentaba estar tan lejos la salida. Caminamos y caminamos; el rio comenzó a hacerse interminable y yo comencé a resentir la “herencia del Pentathlón”, primero un dolor en el tobillo izquierdo, luego la rodilla derecha. Tuve que hacer una parada forzada para darme los “primeros auxilios” y vendarme apretadamente para poder continuar.
Caminamos los tres separados cada quien a su paso y la tarde transcurrió tranquila, el sol comenzó a caer y con ello, a iluminar la cresta de la Sierra Madre. Los tonos dorados de las rocas a lo alto fueron algo que jamás en la vida olvidaré. Así fuimos caminando sin parar, resintiendo poco a poco los pies que se hundían en las piedras al caminar hasta que la luna se asomó por encima de las montañas y el sol dejó de emitir sus rayos. Las estrellas se hicieron presentes y al cabo de unas cuantas horas un foco se apreció ya en cercanía, lo que ahora sí, nos hizo sentirnos de vuelta a la civilización. Salimos del Parque La Huasteca a las 7:30 pm y Luis lo hizo media hora más tarde. ¡Todos fatigados pero con el corazón satisfecho de aventura! Fue un recorrido mucho más demandante de lo que inicialmente aparentó.
Redactó: Emmanuel G. Hernández Troncoso
UNIDOS Y ADELANTE
Asistentes
Héctor Tobías González (Guía)
Luis Ángel Pastrana de la Garza
Emmanuel Gregoire Hernández Troncoso
El Recorrido Chipinque - Ventana - Huasteca
En la terminología montañista, se llama "recorrido" a una excursión que empieza en un lugar y termina en otro distinto.
Esta emotiva reseña de nuestro Compañero Emmanuel Hernández Troncoso nos da una idea somera de las extraordinarias dificultades y peligros que tuvieron que vencer nuestros audaces Compañeros para llevar a cabo esta demandante excursión. ¡Va para ellos una muy merecida felicitación!
Han transcurrido 58 años desde la primera vez que el Club Cóndor realizó este difícil y extraordinario recorrido: capitaneados por Everardo Garza Caballero, 17 Cóndores, entre los cuales había 3 Compañeras de la Sección Femenil (Petrita Cardona, Elva Martínez Rodríguez, hija del Fundador y primer Presidente del Club Cóndor Jesús Martínez Carmona, y Zoila Rodríguez Álvarez, hermana de nuestros Fundadores Rogelio y Amado Rodríguez Álvarez), y ¡cinco Socios de la Sección Juvenil!.
Entre los Socios de la Sección de Mayores participaron Salvador Morúa Zavala, quien a la edad de 20 años organizó la primera expedición del Cóndor al Pico de Orizaba, Reynaldo Martínez García, inigualable Compañero que contagia a todos de su buen humor, Antonio Castillo Ortiz, Capitán Emérito del Club Cóndor quien organizó numerosas exploraciones (entre ellas al Cañón del Cobre) y expediciones a los Volcanes, y el mismo Everardo Garza Caballero, distinguido Capitán en el período mayo 1953 a abril 1954.
Invitamos a nuestros lectores a que consulten la reseña de este recorrido que inició en la Colonia del Valle, continuó por Chipinque y La Ventana, bajó al Cañón de Ballesteros y terminó en la Plaza Principal de Santa Catarina.
Parafraseando a una canción popular: ¡Grandes fueron los viajeros que han militado en el Club Cóndor!
Redactó: Eduardo Verduzco
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