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El Cóndor ayer

Con sede en Monterrey, México, el nuestro es el Club independiente de excursionismo en activo más antiguo en el Noreste del País. Sean bienvenidos a conocer algo de nuestra larga historia. Por Eduardo Verduzco El Club Explorador Cóndor fue fundado el 10 de Mayo de 1940 a iniciativa de Rogelio Rodríguez. Él empezó a reunir el grupo, e hizo el primer reglamento de excursiones. La fundación tuvo lugar en la casa paterna de la familia Rodríguez, en la calle Yucatán, entre 5 de Febrero y 2 de Abril, en la Colonia Independencia. Se estableció una disciplina de corte paramilitar, y se instituyó el cargo de "Capitán", quien tiene la total autoridad y responsabilidad de la seguridad del grupo durante una excursión. Corrían los tiempos de la Segunda Guerra europea, que pronto se convertiría en mundial, y Rogelio tenía la noción de que en alguna forma el nuevo club tendría ocasión de prestar servicios útiles a la Patria. Las ideas que Rogelio, que conta...

Volcanes del Valle de México


Exc. 852 - Primera Fuerza AAA - 27 - 30 de Diciembre de 1961

En un Autobús "Flecha Roja" salimos el día 25 de diciembre de 1961 rumbo a la ciudad de México: Toño Castillo, Eduardo Verduzco, Rafael Rodríguez y Jesús Montenegro, para una vez en aquella Capital intentar el ascenso a los Colosos del Valle de México, Popo e Izta.

Sin más novedad que comiendo en todas partes donde se paraba el autobús, llegamos a México como a las 8 de la mañana día siguiente, y de inmediato buscamos un hotel, pues resultó que nuestro conocido "Bayona" lo están derrumbando, por lo que nos fuimos al Hotel Coliseo.

Una vez instalados fuimos a la Basílica de la Reina de México, la Guadalupana, para solicitar su protección en la dura excursión que nos esperaba, y ¡vaya si la necesitamos! En medio del mar de gente que a tadas horas invade el Santuario entramos para musitar una oración y admirar en parte las maravillas que encierra este Santuario de la Fe, a donde todo Mexicano vuelve los ojos a la hora de los apuros.

Visitado parte del Santuario, salimos para ir a buscar a Saúl a su casa; suponíamos que nos esperaba porque le pusimos un telegrama para darle cuenta de nuestra visita, pero el telegrama llegó cuando nosotros ya platicábamos con él y su señora esposa, que es gran amiga nuestra, como excursionista que fue, y allí se nos pasó el tiempo en tan agradable compañía como es la familia de Saúl; allí comimos con ellos una rica comida que su Sra. improvisó y que fue un real banquete

Por la tarde fuimos a visitar a Ricardo Ahedo, otro de nuestros grandes amigos, que nos prestó parte del equipo que era nuestra dificultad, y más tarde fuimos a la Federación, visitamos el Socorro Alpino y la Asociación de Excursionismo del Distrito Federal y fueron los compañeros del "Andesia" quienes nos ofrecieron equipo, por lo que nos trasladamos a su Club, donde nos atendieron y nos prestaron los equipos que nos faltaban, y donde saludamos a otros excursionistas de clubes de Monterrey, como los Aguiluchos, Abejas, Materhorn, etc.

Por la tarde nos habíamos entrevistado también con otro de nuestros mejores amigos, Rogelio Ortiz, quien nos invitó a su casa de Cuautla, en el estado de Morelos, con la condición de que nos acompañaría a nuestra excursión como guía, y, encantados, aceptamos, pues ya en varias ocasiones anteriores hemos tenido oportunidad de ser guiados por él, y sabíamos que pocos habrá tan competentes y tan solícitos como Rogelio ha sido con nosotros. También nos ofreció conseguir un Jeep, para trasladarnos a las cercanías de los volcanes, por lo que siendo así uno de los mayores problemas que teníamos, las cosas se iban aclarando favorablemente para nosotros.

Quedamos con Rogelio de llegar a hora oportuna para comer en su casa de Cuautla, pero Saúl, que vendría con nosotros, se tardó mucho, por lo que salimos a las 3 de la tarde, y como había tiempo, visitamos el Aeropuerto Central, que es una inmensa instalación, y a donde sin cesar llegan toda clase de aviones.

Cerca de las cinco llegamos a la casa de Rogelio en Cuautla, cuando se disponían a comer, cansados de esperarnos, y comimos ya todos. Después descansamos un rato y luego discutimos la mejor forma de efectuar nuestra excursión, quedando de acuerdo en que como Rogelio nos acompañaba solamente a una de las dos, iríamos primero al Iztaccíhuatl, que Rogelio conoce mejor que Saúl, que tenía sus dudas acerca de la ruta; después nos dejaría en Tlamacaz para escalar nosotros el Popo mientras él se regresaba a Cuautla, donde tenía negocios pendientes.

El resto de la tarde la pasamos arreglando nuestros equipos y nuestras cosas, y platicando de volcanes y excursiones; en fin, estábamos en ambiente. Se llegó la hora de la cena que gentilmente nos sirvió con ese don de gentes que posee la Sra. esposa de Rogelio, quien nos atendió a cuerpo de Rey, y a quien con nada le pagaremos tantas atenciones. Después de la cena, Rogelio, su esposa, Verduzco, y yo fuimos al mercado a comprar las cosas de comer que llevaríamos a la montaña, y sabe Dios hasta qué hora de la noche se desvelaría la Sra. Ortiz para preparar una enorme cantidad de loches que para varios días necesitábamos.

Por la mañana, después de un suculento almuerzo, abordamos el Jeep que Paco, otro de nuestros amigos, ya llevó desde la noche anterior con aceite, gasolina, etc. listo para partir; nos despedimos de la familia de Rogelio y, encomendándonos a Dios, iniciamos nuestra excursión, ahora sí, a los Volcanes.

Fuimos hasta Amecameca para contratar un carro que fuera por nosotros el domingo por la tarde, después de bajar del Popo, y luego empezamos a trepar; bueno, empezó el Jeep, a trepar la cuesta que conduce a Tlamacaz y que esta ocasión nos llevó a la Joya, donde se quedan los vehículos y donde empieza la subida al Iztaccíhuatl. Nos bajamos y sopesamos nuestras mochilas, que si antes no lo parecían, ahora nos pesaban enormemente, pero así llevábamos lo estrictamente necesario, y solamente Eduardo llevaba cosas que no tenían aplicación.

Empezamos a subir esa empinada pendiente que empieza en la Joya, ya conocida por nosotros, y que agota enormemente, serpenteando por entre inmensos zacatales, ascendiendo lentamente, llega primero a los "Portillos", da vuelta para el lado de Puebla por empinadas pendientes de piedras y arena que van menguando las fuerzas de los que suben. En esta ocasión, y ya bastante arriba, Rogelio, viendo que teníamos hambre, decidió que nos comiéramos unas galletas de animalitos, de las que íbamos bien provistos, pero casi en seguida vimos que no falla, y que no debemos comer, pues a Toño y a Rafael les hizo daño y empezaron a sentirse mal; Verduzco era el único que se sentía bien y a mí aparentemente tampoco me pasaba nada, por lo que después de que llegamos al Albergue "Esperanza López Mateos", y que Rogelio y Saúl encendieron las hornillas portátiles, hicieron café y calentaron comida, me dieron ganas de probar algo, y de inmediato me sentí mal con un malestar que me duró la noche entera.

Dije "llegamos al Albergue", pero hay que ver cómo llegamos –casi a gatas-, todos rendidos, agotados, y pidiendo esquina, Rafael vomitando, Toño que apenas podía, y todos sin excepción cansados a más no poder, en medio de un viento que nos atería las manos. Pero una vez que llegamos al alberque, que está en una arista, nos sentimos mejor; Rafael y Toño de inmediato se acostaron, y Rogelio y Saúl seguían trajinando con sus comidas. Verduzco probó algo y nos dispusimos a pasar la noche, que no presagiaba nada bueno, con un aire huracanado que más tarde se convirtió en un verdadero vendaval que incesantemente ululaba, cada vez con mayor violencia, llegando a tal grado que nadie se sentía seguro, y solamente esperábamos que el albergue volara, por lo que nos acordamos de todos los Santos de nuestra devoción sin poder dormir, y yo solamente pensaba en escapar de aquello que parecía sería nuestra última noche.

Fue una noche de pesadilla que nos dejó deshechos moralmente; por la mañana el vendaval seguía igual, y Rogelio aconsejó que esperáramos un rato para ver si amainaba el viento, pero parecía que era peor; después fuimos a ver la posibilidad de seguir subiendo, pues lo que seguía era una arista de rocas completamente expuesta al viento que parecía arrancar a uno en vilo, por lo que Toño, de acuerdo con Rogelio, quien no aconsejaba la excursión en esas condiciones y con el hielo cristalizado, decidió que regresáramos, pues todo estaba en contra nuestra.

Salimos del albergue echando a correr con precauciones para librarnos de aquel viento que ya era una pesadilla, y lo que en la tarde del día anterior subimos en horas y con grandes sacrificios, lo bajamos ahora en poco tiempo. Llegamos a un gran planchón de hielo, que tuvimos que atravesar, haciendo Saúl con el piolet un lugar donde pisar. Llegamos de nuevo al albergue "República de Chile", ya visitado la tarde anterior, y desandamos el camino del día anterior; el viento cada vez era menos y nada hacía pensar la violencia que reinaba en las alturas.

Como a las 13 horas llegamos a la Joya, donde estaba el Jeep, que por más luchas que le hizo Rogelio no quiso prender, y de botana, con las sienes estallando de dolor, tuvimos que empujarlo como 10 cuadras o tal vez más; al menos así me pareció a mí. Por fin caminó y rápidamente nos llevó a Tlamacaz, cada vez nos sentíamos mejor. Rogelio se despidió de nosotros, que le agradecimos sus bondades y en seguida, como el hambre apretaba, nos pusimos a preparar la comida. Algún montañista que por allí estaba nos ofreció caldo de camarón y nos dimos uno de esos atracones que sabemos, pues teníamos intención de pasar el siguiente día descansando, nos fuimos a ver cómo el aire barría las laderas del Popo, única cosa que nos hacía saber que el vendaval continuaba en las alturas.

Al poco rato nos pusimos a preparar la cena, para asombro de quienes nos vieron comer, luego nos fuimos al salón donde grupos de montañistas que habían llegado cantaban, al igual que el encargado del albergue, que competían al parecer para ver quién cantaba peor, y yo me fui a dormir. Toda la noche fue un trajinar incesante, pues al día siguiente se celebraba en la cumbre una boda, y llegaban excursionistas sin cesar, pero con lo cansados que estábamos apenas les oíamos y dormimos, al menos yo, como reyes.

Desde el día anterior habíamos decidido que si al día siguiente podíamos intentaríamos la escalada del Popo, y como nos recuperábamos rápidamente, íbamos a subir con los que iban a la boda, con lo que el peligro sería menos, o al menos estaba más repartido. A las cinco de la mañana, una hora después que los de la boda., salimos nosotros, y para asombro nuestro nos sentíamos en buena condición física, al parecer cada vez mejor, y rápidamente fuimos subiendo aquellas inmensas pendientes, por veredas en las que a ratos aparecía la nieve. Encumbramos rápidamente sin menguar nuestras fuerzas, y solamente Verduzco, al llegar a las Cruces Altas, se sintió desfallecer, pero se recuperó pronto con unas pastillas que le dio un señor y algo más.

Allí nos pusimos los crampones y empezamos a subir ya por la nieve; Saúl nos preguntaba a cada rato que cómo nos sentíamos, y todos nos sentíamos bien. Y así, paso a paso, hora tras hora, fuimos subiendo, ya un poco cansados, pero con la moral entera, y como a las 12:30 llegamos a la cumbre, al labio inferior, que consideramos como nuestra meta. Nos abrazamos con esa emoción que incontenible se siente y como hermanos, más que nunca desahogamos aquella intensa emoción que siente el montañista cada vez que pisa esas cumbres.

Nos faltaban ojos para ver todo aquello; el cráter, las solfataras, los que asistían a la boda y que se veían en el Labio Superior; Toño y Eduardo agotaron agotaban sus provisiones de fotos y el tiempo pasaba. Después los novatos fueron bautizados: yo bauticé a Eduardo –ahijado por segunda vez- y Saúl bautizó a Rafael, con sendos puñados de nieve, y después le fue impuesto a Saúl su Escudo como Socio del Club Cóndor, haciendo de nuevo la emoción un nudo en nuestra garganta, que fue prontamente reprimido con los apretones de mano, abrazos, etc.

Permanecimos un rato en la cumbre y viendo que la nieve, con lo helado del viento, tendía a cristalizarse, decidió nuestro guía que regresáramos y así se hizo, atacando la bajada que parecía difícil por lo empinado y duro de la nieve, pero que una vez empezamos a bajar se vio que no ofrece la menor dificultad ni peligro, por lo que Rafael y yo, con permiso de Saúl, corrimos ladera abajo y en menos de una hora bajamos lo que por la mañana se hizo en cuatro horas o más, llegando a donde nos calzamos los spikes, y a nuestros gritos contestó Saúl que nos fuéramos al albergue, a donde llegamos a las 3 de la tarde, encontrando que la fiesta de bodas tenía lugar en el gran salón del albergue, y que no había lugar para excursionistas.

Largo rato esperamos a los demás, y entrando y saliendo sin cesar pasó el tiempo, hasta que apareció Mariano, creo que con Toño, que quería que inmediatamente nos fuéramos con él al Iztaccíhuatl, cosa difícil después de acabar de bajar del Popo y habiendo ido el día anterior al propio Izta, en la forma que ya se relató. Largo rato insistió Mariano, hasta que llegaron todos y como en el albergue no se podía pensar en hacer comida, con la comitiva de los novios allí, todos muy popofones y elegantes y uno todo dado al catre, nos llevamos nuestras cosas con intención de comer en otro lado y con el problema de cómo regresar a México, pues nuestro carro iba por nosotros hasta el día siguiente; pero nuestra buena estrella nunca declina, y comentábamos nuestra situación pesimistamente cuando vimos al Lic. Jesús Corona del Rosal, amigo nuestro y de Saúl, y a una patrulla del Socorro Alpino que se disponía a regresar a México, y de inmediato les pedimos por intermedio del Sr. Lic. Corona del Rosal, que nos llevara hasta Amecameca y de buen grado aceptaron, diciendo que no tenían gasolina y tenía que bajar por inercia por el empinado camino, diciendo que si alguno de nosotros quería tomar el volante, pues ellos no sabían cómo hacerle, aceptando Eduardo llevarse el vehículo.

Pronto hicimos buenas migas con los patrulleros y antes de llegar a Amecameca ya éramos grandes amigos, ofreciendo ellos llevarnos no solamente hasta Amecamaeca, sino hasta México, por lo que nosotros sintiéndonos a nuestra vez generosos le pusimos en la primera gasolinera que encontramos $20. de carburante a la patrulla, y los patrulleros nos invitaron al restaurante a los refrescos, según dicen por allá.

Una vez en México, no quisimos abusar queriendo que nos llevaran hasta el hotel, y en un escaso taxi, ya que batallamos mucho para encontrarlo, llegamos al hotel, nos bañamos y no nos cambiamos por que los equipajes que dejamos encargados estaban en la bodega y el administrador no trabaja por la noche, por lo que así como llegamos fuimos a cenar, que eso sí, el apetito era como siempre bueno, y en esta ocasión con las malpasadas era formidable.

Al día siguiente, último del año, lo pasamos paseando por todos lados: Chapultepec, el nuevo Museo allí instalado, la Villa para dar gracias a la Virgen, el zoológico -donde Rafael nos encontró parecido con los changos que allí abundan. Nos fuimos a pie al centro por todo el Paseo de la Reforma, admirando la soberbia iluminación de la Capital por estas fechas, que contrasta con la oscuridad del resto de las poblaciones del país -algo fantástico; llegamos a la Torre Latinoamericana y subimos a ver el espectáculo de las alturas desde sus 42 pisos, que es una vista que supera todos los adjetivos y que es necesario ver. Nos fuimos en seguida al hotel, pues Rafael tenía frío, nos acicalamos, y luego fuimos a la Plaza de la Constitución, que es fascinante; entramos a la Catedral a dar Gracias -era la última noche del año- y luego nos fuimos a la casa de Saúl, donde estábamos invitados a pasar el resto de la noche, que pasamos agradablemente, con nuestros jaiboles, magnífica cena, los imprescindibles abrazos, más sinceros si verdaderos amigos son quienes nos los prodigan, Toño echando pleito con la cuñada de Saúl, quien tiene fobia contra los regiomontanos -claro que en broma- en fin, fue una noche magnífica, y como a las 3 o 4, ¿qué horas serían? nos fuimos a dormir.

Todo el siguiente día nos paseamos; quisimos ir al cine, pero hasta para ver "Juan Charrasqueado" había inmensas colas, y como teníamos que ir a las 8 a una reunión a la casa de Ricardo Ahedo, nos fuimos a recorrer el "Anillo Periférico", enorme obra de urbanización que sólo con muchos millones se puede hacer, pero que ha puesto a nuestra magnífica Capital a la altura de las mejores ciudades del Mundo, para orgullo nuestro.

Casi dormido iba yo cuando llegamos a la casa de Ricardo, quien nos recibió como siempre amablemente al igual que su Sra. esposa, que, para variar, también era excursionista. Una vez en la sala nos sirvieron los imprescindibles jaiboles, mientras veíamos la T.V., para luego seguir la sesión de exhibición de transparencias, de las que Ricardo posee una magnífica colección -algunas en las que aparecemos nosotros en excursiones efectuadas en su compañía al Popo, al Izta, y que mucho nos gustaron pues no las habíamos visto.

Vino luego la cena, total que agradeciendo sus múltiples atenciones, dejamos ya bastante noche la casa de Ricardo, quien en su carro nos llevó a donde pudiéramos tomar un taxi, regresando al hotel para preparar todo para nuestro regreso a Monterrey, a las 8 de la mañana del día siguiente.

Y así fue como sin incidente alguno y satisfechos regresamos a la ciudad, contentos de haber triunfado una vez más para prestigio de nuestro Club, ya que si la ascensión al Izta no se logró, sí fue una buena experiencia de lo que es la naturaleza hostil, donde el hombre se siente tan desvalido, a pesar de todas sus grandezas modernas, como debió sentirse el hombre primitivo cuando la naturaleza le castigaba con su furia.

En cuanto al desempeño de los asistentes, no pudo ser mejor, ya que, salvo el momentáneo desfallecimiento de Verduzco, muy natural en personas que por primera vez llegan a esas alturas, pero que rápidamente pasó, los demás, incluso Rafael parecía veterano volcanero, y no hubo queja alguna en ningún momento, salvo las inoportunas desatadas de los spikes de Rafa, que parecía que nunca quedarían bien.

Y quedamos como siempre con ganas de volver a México, tanto para de nuevo tener nuevas experiencias en los volcanes y la satisfacción de vencerlos, cuanto por poder saludar a nuestros grandes amigos y gozar de esa fortuna de la cual no todos pueden alardear.

ASISTENTES
AL IZTACCIHUATL
Rogelio Ortiz Gálvez. Guía.
Rafael Rodríguez.
Antonio Castillo Ortiz. Capitán.
Eduardo Verduzco Martínez.
Jesús J. Montenegro Rdgz.
Saúl Ramírez Galicia. Retaguardia.

AL POPOCATEPETL
Saúl Ramírez Galicia. Guía.
Eduardo Verduzco Mtz.
Antonio Castillo Ortiz. Capitán.
Rafael Rodríguez.
Jesús J. Montenegro Rdgz. Retaguardia.


UNIDOS y ADELANTE

Monterrey, N, L., enero de 1962.
Jesús J. Montenegro Rdgz.

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